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Volver al pasado

Conversamos con Martín Daían, dueño del recientemente recuperado cine Grand Prix.

Martín Daián, un montevideano de 37 años, es el dueño del cine Grand Prix, apostado en el Cerrito de la Victoria en la calle Granaderos casi San Martín y Santiago Sierra. Para muchos lo que hizo fue un locura: realizó una inversión de más medio millón de dólares para reabrir un cine de barrio como los de antes. Cinéfilo desde una temprana edad,  a los tres años ya lo llevaban al cine y a los ocho pensaba en tener uno. No pudo con el sueño de comprar el cine de su niñez, el Belvedere Palace, pero sí con su deseo de tener un cine propio. El día de la inauguración fue el 11 de julio del año pasado.

"LAS PELÍCULAS TE VENDEN ILUSIONES"

¿Cómo nace tu afición por el cine?

Desde que era muy chico, cuando tenía tres años, mis padres y mis abuelos me llevaban al cine. Más allá del contenido de la película, a mi me gustaba ver el entorno de la sala, del público. Eran salas clásicas como es ésta y como lo eran antes, salas amplias con tertulias.  Me acuerdo de las colas que había que hacer en la calle para entrar.

¿En qué barrio vivías?

Yo vivía en Arroyo Seco y un tiempo también en Belvedere. Iba mucho al cine Belvedere Palace. En ese cine de barrio íbamos a ver matinée. También iba mucho al cine Ambassador y al Censa. Eran los cines que me gustaban porque daban las películas de Walt Disney, que eran las que acostumbrábamos ver. Me acuerdo de un día hacer tres o cuatro horas de cola con mi madre y mi hermano y cuando llegamos a la boletería las últimas entradas que quedaban  libres se las vendieron a los que estaban antes que nosotros. Tuvimos que volvernos y yo me fui llorando a mi casa. Después de cuatro horas de espera y  del entusiasmo por llegar al cine,  me quedé sin entradas.

¿Te acordás cuál fue la primer película que te marcó?

La primer película que me marcó cuando tenía diez u once años, como buen amante de ciencia ficción, del terror y el cine fantástico, fue “Volver al futuro” con Michel J. Fox. Esa película me gustó mucho porque trataba del viaje en el tiempo y tenía un buen acompañamiento musical. Se lucía mucho en la pantalla del cine. Esa película la vi en el Belvedere Palace. También iba mucho a ver películas en matinée, películas a tono de chiste como “Porkys”, “Escuela privada”, “El último americano virgen”. Me acuerdo de haber ido a ver las de “Psicosis” de Anthony Perkins. En una matinée las vi las dos, una atrás de la otra. Era divertido y era un estilo de ir al cine distinto al de hoy. Ahora uno está acostumbrado a  los cines chicos y este tipo de salas grandes se han perdido porque la única que queda creo que es ésta. El Plaza se vendió, el Trocadero también, ya no quedan grandes cines.

¿Cuándo te decidiste a llevar a cabo el sueño de tener tu propio cine?

Cuando tenía ocho o nueve años, le pedía a mi madre que me comprara hojas, un lápiz y hacía dibujos y planos. Dibujaba las fachadas de los cines Belvedere, Censa, Ambassador, diseñaba planos elevados donde hacía un bar en el hall. Ya tenía esa idea antes de que existieran los shoppings. Yo soñaba con comprar cines viejos y hacer en los halls  pequeños restaurantes para que la gente coma en el mismo lugar.

¿Influyó mucho que tus abuelos hayan tenido una zapatería al lado del cine Belvedere?

Claro, porque me pasaba en el cine. Si bien no había dinero para ir todos los días, andaba siempre  en la entrada. Cuando abría me quedaba con la cabeza prácticamente pegada a la puerta  porque me gustaba estar ahí, espiando todo lo que pasaba. Y cuando venían con las latas de película me erizaba todo, porque entraban con las latas para adentro y era toda una magia. El cine es distinto a otro rubro. Tiene eso de que es un negocio pero es un negocio del entretenimiento. Tiene una magia, porque las películas te venden ilusiones.
La gente se pasa por alto todo lo técnico que funciona por  atrás del cine, desde que se filma la película hasta llega por avión al Uruguay. Después llega al cine, la agarra el operador, la pone en la máquina, la proyecta, la enfoca. El trasfondo de todo esto es algo mágico, es atractivo. El bichito me picó cuando era chico y hasta el día de hoy me sigue gustando.

MILAGRO EN CALLE GRANADEROS

¿Cuáles pensás que fueron las principales razones para que desapareciera el cine barrial?

El cine barrial desapareció cuando surgió el videocassette. En realidad comenzaron a desaparecer antes cuando apareció la televisión, pero se fueron aguantando. Cuando empezó a ser más masiva la venta del videocassette, allá por el año 82', 83', fueron cerrando los últimos cines de barrio que quedaban. El Belvedere, por ejemplo, dio función hasta el 89'. Después se hizo discoteca y después iglesia. El Liberty duró hasta el año 88'. Daban unas películas excelentes a lo último, como las reposiciones de Stanley Kubrick y “Woodstock”. Y hubo que cerrar y también se transformó en discoteca y después en iglesia.

Todas tuvieron más o menos el mismo proceso...

Si, hoy por hoy la mayoría  ya no son discotecas, son templos o tiendas de ropa muy grandes como es el caso del Cine Ariel, donde esta la Expo Ariel o el caso del Cine Azul frente a la Intendencia, donde hoy es la Expo Ejido. Creo que el que va quedando sano es el Liberty.  Es un cine muy bonito que no sé qué destino va a tener. Ahí no hay nada más que edificios y lo único que queda entre medio es el cine. Me hace acordar a la película “Milagro en la calle 8” que eran unos viejitos que tenían un café. Un inversor compró todos los terrenos y levantó torres gigantescas. Los viejitos no querían vender pero los querían desalojar a toda costa para poder hacer otra torre y que eso no quedara como un pozo. Pero al final quedó el café.
Es una pena que se pierdan estos edificios, porque si se pueden mantener de repente un día reabren como pasó con el Grand Prix. Pero la demolición o la reconversión de un edificio de estos a otra cosa es la pérdida de la identidad de una ciudad. Yo creo que como ciudad hemos perdido la identidad porque nos quedan nada más que los monumentos, algunas plazas, algunos lugares. En el ámbito de la cultura, del teatro y del cine son pocos los lugares que se han salvado. El Ambassador se perdió y era un cine brutal. Hoy pasás y la fachada todavía conserva algo pero ahora es un estacionamiento.

¿Cómo fue que llegaste al Grand Prix?

Yo salí a buscar salas. El cine que quería comprar era el Belvedere Palace, que era el cine que yo iba cuando era niño. Lamentablemente cuando se puso a la venta ese local yo no tenía plata para meterme en una aventura de esas, y apareció justo un templo y me ganó de mano.
Esto (el Grand Prix) fue un poco a razón de consuelo, de decir sigo en esto, sigo reuniendo dinero para comprar un cine o abandono y me olvido del cine. Pero fue más fuerte el bicho que me picó y no pude abandonar nunca el hobbie. Siempre quise seguir, más allá de haber perdido el cine de mi niñez, seguí juntando dinero y saliendo a buscar locales y apareció este local. Era el único que quedaba porque los ex cines que había estaban en el Centro en 18 de julio, el caso del Plaza que yo sabía que estaba a la venta y el caso de algún otro cine. En la Comercial estaba el cine Oriental a la venta pero eran otros valores. Estábamos hablando de sumas mucho más importantes. Apenas podía soñar con comprar este cine. Son propiedades que valen 5 veces más que esta. Ya esto fue un gran sacrifico y todavía estoy pagando cuentas.

¿Cómo fue el día de la primera función, con toda la repercusión que provocó en la gente?

Fue bueno. Hubo mucha difusión por todos lados. Como estábamos en vacaciones de julio se movió. Vinieron como 7.000 personas. No es una cifra buena comparada con el cine de un shopping, que durante las vacaciones vende 25.000 entradas y yo acá con una sala sola vende 7000.

¿Y cómo te sentiste vos?

Entre los nervios y la previa que pasé no lo disfruté. Sufrí un pre-castigo antes de abrir el cine por todo el sistema de la burocracia. Pasé por problemas con bomberos, con la Intendencia de Montevideo. Hasta el día de hoy sigo dando vueltas y todavía no conseguí la habilitación final.

¿Cómo sentiste el apoyo de la gente?

La gente en general apoyó. Eso fue bueno. Pero no fue fácil, no fue fluido. No fueron trámites prácticos, siempre trabas. Parecía que no se iba a abrir nunca. Gracias a los medios de comunicación y al apoyo de la gente que firmó y que creó el lugar para firmar, estoy haciendo un esfuerzo para que el cine siga. Me ofrecí para venderlo en un momento que me desahucié y mucha gente me siguió escribiendo y apoyando para que no lo cierre y la verdad no me gustaría hacerlo.

La entrada son populares...

Sí,  es barata, son 100 pesos. Comparándola con un cine de un shopping vale mucho menos y el espectáculo que se brinda es bueno. La proyección es excelente, el sonido es digital, las butacas son nuevas, los baños también y el hall tiene venta de pop y refrescos. La sala está actualizada pero conserva todo lo antiguo, de lo grande, lo dimensional. Es lo que hay que tratar de no perder, aunque sea dejar dos o tres cines de estos en Uruguay para que la gente sepa lo que era el cine. Se está transformado todo a otro estilo que es lo que la gente quiere, el shopping, no sé, es una moda.

DE LA LATA AL MICROCHIP

Contanos como es el tema de la reconversión de formatos de proyección que se va a tener que realizar...

De acá a dos años no se va a usar más el formato tradicional que era el de 35 milímetros por razones económicas. Las películas ya no van a venir más en latas, sino que van a venir en un chip que no tiene prácticamente costo en relación a lo que cuesta una película de 35 milímetros, que vale entre 1.500 o 2.000 dólares una copia. Vamos por la reconversión pero lamentablemente a mi entender se pierde la magia del cine. Ya no se van a usar los proyectores, no van a estar las máquinas que hacen ruido, no van a estar los carreteles con la cinta girando. Ahora es un proyector de video con los chips que valen 100 dólares.

LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ

¿Qué propuesta se podría pensar para contrarrestar esa moda y también el tema de las películas online?

La gente que le gusta el cine va al cine. En Uruguay se venden siempre más o menos la misma cantidad de entradas.  Al año se venden aproximadamente unas tres millones de entradas. Quiere decir que en promedio el uruguayo va una vez al cine al año. Es poco, la relación es baja. Si la vamos a comparar con la meca del cine que es E.E.U.U., la relación es seis a uno.
De repente en E.E.U.U. una empresa con mucha plata se instala y abre una cadena de cines, porque allá se manejan así, no puede ir un particular e instalar un cine. En un pueblo sí lo podes hacer, pero no en una ciudad. Ahí tenés que abrir un mega cine, es decir varios complejos para poder tener fuerza y son inversiones recuperables a un año.

Eso tiene qué ver con la cultura cinematográfica del país...

Sí, se ha perdido. Acá este país tenía una cultura cinematográfica muy grande. El Uruguay fue uno de los cinco países que más cines tuvo per cápita. En el año 1952 tuvo 200 salas de cine en Montevideo. Para la cantidad de habitantes que tenia en ese entonces era muchísimo. Y ese año se vendieron como veintipico de millones de entradas. Un disparate. Ahí te das cuenta que se ha perdido cultura cinematográfica, se ha perdido cultura teatral.

¿Cuáles pensás que son los factores que influyen?

Por un lado la economía, porque obviamente  se ganaba bien en los años 50, que era la época de las vacas gordas. Hasta el más pobre tenía plata en el bolsillo. Después la comodidad, porque el tema fue que los grandes cines dejaron de brindar confort. Si bien las butacas decían Super Pullman, eran de cuero y tenían un resorte en el medio. No todos los cines tenían aire acondicionado o calefacción, tampoco todos los cines tenían una proyección de excelencia y un sonido de calidad porque no existía lo digital. Entonces no hubo una reconversión. Los exhibidores siguieron con las butacas de 30 años atrás. Y después el tema de la inseguridad, porque a veces a la gente le da miedo salir de la casa, dejar el auto en la calle o hasta en un shopping. Hay mucha oferta en el mercado: televisores de LED, DVD, Blue Ray, Home theatre, entonces las gente se arma en la casa de todo eso. Internet también es un factor que influye porque la gente se baja las películas  y las ve en la casa. Gastan dos mangos y pasan de película y no salieron a la calle. Obviamente es malo para el cerebro eso. Te va achicando la mente. Antes la gente salía,  tenía la mente abierta, se ventilaba, andaba por 18 de julio. Te metías en un cine, salías, te metías en una confitería, en un café y llegabas a tu casa renovado.  Hoy estás en tu casa todo el día y eso es malísimo, es un atrofio para la mente pero es la vida de hoy, la vida del consumo, de la comodidad, de la multi-procesadora, el microondas. Una cosa que dice mi padre que tiene razón, es que ha perdido la capacidad de asombro; porque hay tanta comodidad que uno no tiene que usar la cabeza para hacer cosas. La sociabilización  se ha perdido. Hoy estamos más chúcaros. Uno añora las cuestiones de antes, antes era más lindo, la gente era más sensible, más humana, todo eso se ha perdido en el mundo entero.

Antes de irnos, Martín señaló que todo lo que que tiene en su vida se lo debe al cine y por eso sigue apostando a él: "¿Qué voy a hacer? ¿Pongo una zapatería? Si a mí lo que me gusta es esto. Obviamente hay negocios mejores para hacer que invertir en el cine. Como lo veo tan perdido al Uruguay, siempre quise hacer algo dentro de lo que me gusta para recuperar algo. Pero no hay mucho apoyo. Todavía no ha venido ningún Papá Noel”.